domingo, 9 de octubre de 2011

Undécima lágrima: sonrisas de sangre

Tu boca sabe salada, el sabor dulce del jugo de la fresa y el sabor del cobre se unen detrás de tus labios y tú saboreas y te pierdes en él, en un sabor de los que no se confunden.

El sabor de la sangre.

Te golpean una y otra vez, golpes de verdades y golpes de mentiras, pero todos duelen, te hacen sentir peor de lo que puedes haberte sentido nunca, no porque duelan sino porque congelan tu cara y tus gestos en muecas de pesadilla y de miedo.

En ese momento no hay tiempo para decidir, ni para pensar, sólo recibes, una y otra vez, hasta que todo deja paso a nada, hasta que tu mejilla es un incendio y nada puedes hacer porque esas lágrimas que eran tuyas se compartan.

Si me vieras llorar no te acerques, déjame llorar, soy yo quien debe decidir, no es culpa tuya que yo no tenga la fortaleza de defenderme porque puedo ser tan fuerte como yo quiera.

Pero si yo te viera así, mírame y en tus lágrimas veré más allá y con mi mirada haré que el dolor y la verguenza pasen y si tuviera que salvarte de todo, incluso de ti, lo haré.

Lo haré por tí, porque no quiero que te duela, porque quiero que más allá sonrías saboreando la victoria, sabiendo que será la última vez que en tu boca se mezclen esos sabores.

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