jueves, 27 de enero de 2011

Segunda lágrima: el sabor a ocre de la tierra

Jamás pensé que podría experimentar algo así. De hecho jamás pude suponer que experimentaría.

Es algo que se nos tiene negado.

Aún no me acostumbro: a la brisa, el aroma de cada diferente y única cosa. Mirar y ver que todo se mueve (incluso aquello que está quieto). Y el tacto, rugoso y suave y frío o arenoso... Saborear. Un sonido que le da personalidad a lo que puedes ver, mirar, tocar y oler. Y amar.

A veces la pena que siento por el destierro se aparca y todos los sentidos son los aparcacoches que lo logran, sin un rasguño y con total suavidad.

Es increíble.

A veces miro la tierra que piso, casi nunca tiene el mismo color, ni siquiera parece siempre la misma al tacto. Puede oler a tierra húmeda, cuando la piso jamás suena igual.

Nunca la he probado pero creo saber a lo que sabe: a fe y deseos y sueños. A esperanza no olvidada.

Ése es el sabor a ocre de la tierra.

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